Este artículo está enfocado hacia los divorcios de mutuo acuerdo donde no hay violencia.
Un divorcio no consiste únicamente en una separación física. Si se desea rehacer la vida sintiéndose libre, es necesario realizar una separación emocional. Esto se logra responsabilizándose cada uno de sus emociones.
La violencia puede comenzar sin darnos cuenta de manera sutil e ir incrementándose a lo largo del proceso. Por eso es importante tomar conciencia de las emociones dominantes de cada uno.
Tanto en mi libro Evolución, como en Pan con vino y azúcar, expongo claves reflexivas que invitan a responsabilizarnos de nuestras emociones para beneficio propio y común.
Os resumo que la culpabilidad y el miedo son emociones reactivas, no reflexivas. Si no tomamos conciencia de cómo actúan nos llevarán al sufrimiento una y otra vez. Y en lugar de aprender del proceso, enfocarán a la pareja a destruirse mutuamente.
Yo misma pasé por ese proceso por lo que quiero compartir con vosotros las fases que me ayudaron a superar esa etapa para llegar acuerdos sin que las emociones nos arrastraran.
En un proceso de divorcio se pasa por diferentes fases:
En la primera, trabajé internamente para rebajar los niveles de estrés. La tendencia era culpabilizar a mi pareja por lo que estaba sucediendo. También tomé conciencia de que "desahogarme” con otras personas sobre el “malestar” que me producía mi marido no ayudaba en el proceso. Esta actitud es guiada por el sentimiento de culpabilidad. La culpabilidad va unida al miedo y ambas ofrecen una percepción errónea, exagerada, sobre lo que está sucediendo.
Reaccionamos ante las emociones de los demás. Lo que nos hace llorar o reír es la emoción transmitida. Por lo tanto, cuando estoy contando una historia desde la emoción dominante de miedo y culpabilidad o rabia, la otra persona, si no es imparcial, nos podrá ofrecer una opinión limitada y poco objetiva.
En el cerebro, tanto la culpabilidad como el miedo, parten del sistema límbico. El que nos quiere proteger. El más reactivo e irracional. Pero le hace falta que nuestro propio Yo, el reflexivo, ponga manos en el asunto para ofrecer soluciones objetivas y constructivas. (Podéis ver mi artículo en este blog titulado: El pensamiento en nuestras creaciones)
Ahora entro en materia de los hijos.
Desconocía que en la familia existen dos cuadros que cuidar. Uno es el de la pareja y otro es el familiar (todos los miembros más los hijos)
Si hubiéramos nacido en un país donde se tiene en cuenta la integridad personal, nos hubieran ofrecido desde la educación herramientas para crecer emocionalmente independientes y respetuosos con los demás. Cada miembro familiar crecería dentro de su espacio que sería compartido en el cuadro familiar y en el cuadro de la pareja. Pero estamos condicionados por nuestra trayectoria histórica y social por lo que si deseamos sentirnos emocionalmente libres el trabajo debe ser individual.
Cuando se enfoca un divorcio, se rompe el cuadro de la pareja pero el familiar, continúa vivo. Requiere responsabilidad para continuar con el proceso de crecimiento y acompañamiento hacia los hijos: presencial, económica y (no menos importante) emocional.
Esto se comprende muy bien a nivel de empresa. Si los socios rompen, la empresa continúa y más si hay trabajadores de por medio. Bien, una familia es nuestra empresa básica y principal.
Sobre las emociones
Un divorcio es un proceso. No es para toda la vida. Y como todo proceso, se atraviesan emociones muy dolorosas asociadas a una pérdida o muerte. En sí es la muerte del cuadro de la pareja. La diferencia es que esa separación emocional se debe realizar manteniendo el contacto con la otra persona. Es lo que hace el proceso más difícil.
Se pasan por fases: negación, incredulidad, rabia, impotencia. Quienes estén en esta fase no finalizarán de leer este artículo debido a que estarán dominados por sus emociones reactivas. La negación lo impedirá.
Las emociones no se deben juzgar. Ni podemos taparlas ocupándonos en mil asuntos para evitar sentir. Si hacemos esto, en el momento en que dejemos la actividad volverán a surgir. Ellas se manifiestan para ayudarnos a trascender esa fase. Caí en esta trampa. Al principio me centré en trabajar todos los días de la semana sin darme permiso para sentir mi dolor emocional. Las emociones no gestionadas dejan dolor en el cuerpo. Es otro tema a desarrollar en otro artículo.
Superada esa fase surgen otras emociones más constructivas que invitan a descubrir a la persona con la que hemos compartido vida. Con la que hemos creado un universo. En esta fase hay parejas que vuelven a juntarse. Se llama un reencuentro. Ambas han evolucionado por su cuenta, lo que les permite mirarse con otros ojos. Ver sus defectos y virtudes en consonancia con lo que aman.
A fecha de hoy sigo divorciada. He realizado mi evolución. He redescubierto a quien fue mi pareja. Y ahora, ocupa el papel de padre de mis hijas en el cuadro familiar y una de las mejores personas de confianza que tengo.
Sirva este testimonio para reflexionar. Construir o destruir está en nuestras manos.